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Marcel Lebleu
Embajador de Canadá en Colombia
Bogotá
En 2017, Canadá celebró su aniversario número 150. En las celebraciones de ese entonces, el primer ministro, Justin Trudeau, reconoció que somos “un país que se ha vuelto fuerte no a pesar de sus diferencias, sino gracias a ellas”, agregando que “cuando volvemos a nuestra historia, constatamos que nuestro pasado está muy lejos de ser perfecto”. Como Colombia, somos una nación aún joven y diversa, que mira su pasado para proyectar su futuro. Reconocer nuestros errores nos permite evitar repetirlos, aprender a tramitar nuestras diferencias y reparar en aquellos que han sido víctimas de atropellos, injusticias y violencia. Como Canadá, Colombia tiene la oportunidad de hacerse más fuerte a partir de su heterogeneidad.
Por este motivo, Canadá ha apoyado los esfuerzos de Colombia para avanzar hacia una verdadera paz y reconciliación. Los desafíos persisten, lo cual no nos debe llevar a ignorar los avances. Una actitud abierta y positiva suele ser mejor consejera que una negativa y derrotista.
En ese sentido, y no exento de controversias, Fragmentos es una muestra tangible de esos avances. Las armas corroídas que antes se usaban para amedrentar y victimizar ahora son parte de un espacio de creación y reflexión, resultado de un trabajo colectivo liderado y ejecutado por mujeres –tal como este documento, nutrido por textos escritos en su mayoría por plumas de mujeres–. Y entre sus letras mi voz, la de un pueblo amigo como Canadá, para decirles que la paz y la reconciliación son un asunto que nos compete a todos por igual.
No debería sorprenderles que la política de asistencia internacional de Canadá sea feminista. Así es: FEMINISTA. Ponemos en el centro de nuestras acciones a niñas y mujeres, bajo la convicción de que su empoderamiento económico y social es el camino más efectivo hacia una verdadera igualdad de género y hacia sociedades más justas, inclusivas y prósperas. Por eso, nuestros proyectos tienen un lente feminista y se concentran en aquellas regiones más afectadas por el conflicto armado en Colombia. Sus historias y transformaciones dan esperanza.
Transformarnos implica mirarnos como individuos, comunidades y sociedades, conocer nuestro pasado, reconocer y aprender de nuestros errores y enmendar el camino a seguir
“No nos quitaron la vida y con la vida que nos dejaron podemos hacer muchas cosas”, nos dijo una mujer víctima de violencia sexual en Tumaco con quien trabajamos en 2018. Otra mujer dedicada, junto con su esposo, al cultivo de cacao en Meta recordaba que se crio “en esa forma de que el hombre era el que mandaba, mi papá o un hermano daban la orden y se hacía. Es más, yo no era capaz de hablar ante el público. A mí ya no me da miedo hablar, expresar lo que siento”. Su esposo ahora la ayuda con las labores domésticas y reconoce que ella le “da ideas, alternativas que son buenas”. Ambos, hombro a hombro, construyen su hogar, su finca y su comunidad.
“Este trabajo me permite proveer mejor para mis hijas, tanto material como emocionalmente. He podido pagar su educación y asegurar que tengan suficientes comodidades. Siento que estoy haciendo una contribución a la comunidad y, como tal, a mi país. A mi manera, estoy ayudando al proceso de paz en Colombia”, compartía una mujer que trabaja como líder de un equipo de desminado humanitario en Cauca. A través de acciones locales es posible lograr grandes transformaciones.
Transformarnos implica mirarnos como individuos, comunidades y sociedades, conocer nuestro pasado, reconocer y aprender de nuestros errores y enmendar el camino a seguir. Por ello, la reconciliación es un proceso y la paz no puede ser un momento pasajero. De ahí la importancia de todos los ejercicios de memoria histórica y de reconciliación como Fragmentos, un ejemplo tangible para que nuestras mentes reflexionen, nuestros corazones sientan y nuestros pies dejen huella, y así demostrar y demostrarnos que es posible transformar la corrosión del conflicto en esperanza de creación.