Un proyecto de
deslice
Camilo Jiménez Santofimio y Sara Malagón Llano
Director y editora de ARCADIA
Bogotá, mayo de 2019
Este sábado 4 de mayo vuelve al TEATRO COLSUBSIDIO la ya tradicional Serie Internacional de Pianistas. Esta vez, la edición XII le rendirá un homenaje a Teresita Gómez, una de las pianistas colombianas más aclamadas y reconocidas en el mundo, que se ha encargado de llevar el repertorio colombiano académico para piano a otros países y devolverlo a sus salas de concierto en una carrera que abarca más de seis décadas.Además de ella, también están invitados los pianistas José Luís Correa (Colombia), Sergio Daniel Tiempo (Venezuela) y una gran figura del panorama internacional: Maria João Pires (Portugal).
ARCADIA y el TEATRO COLSUBSIDIO, dos instituciones que tienen un rol protagónico en el sector cultural colombiano, aprovechan este tributo a Teresita Gómez para unirse en beneficio de las audiencias, y por las artes escénicas en Colombia. Por eso, el lanzamiento de la Serie Internacional de Pianistas es también el inicio de una gran alianza de contenidos de profundidad que busca formar públicos y darle fuerza al talento a través de estrategias de difusión y creación.
La apuesta del TEATRO COLSUBSIDIO para 2019 tiene como base una robusta programación que incluye siete franjas, nueve festivales, setenta funciones y 600 artistas. En este contexto, la Serie Internacional de Pianis- tas es un momento estelar y un proyecto ambicioso de la institución en su maravilloso propósito de alzarse, mediante una propuesta relevante en programación, como una empresa cultural necesaria para los bogotanos, con un espectro cada vez más amplio y atractivo para diversos públicos.
Nos sumamos con este cuadernillo –y con este perfil escrito por el músico, historiador y profesor de cátedra de la Universidad de los Andes Alexander Klein– a la ovación que el TEATRO COLSUBSIDIO invita a hacerle a Teresita Gómez.Y con ello también le apostamos, desde el periodismo cultural, a la reivindicación de nuestra historia reciente y sus figuras clave, muchas veces invisibilizadas por motivos contra los que vale la pena luchar todos los días.
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Foto: Diana Rey Melo
Por Alexander Klein
* Músico e historiador. Profesor de cátedra de la Universidad de los Andes
Como suele sucederles a los personajes destinados a ser inmortalizados por la historia, algún día la vida de la pianista Teresita Gómez, que pronto cumplirá 76 años, se consignará en un volumen biográfico o en un largometraje no exento de anécdotas extraordinarias y novelescas. “De mí se ha dicho y se ha inventado de todo”, me dice con voz sabia, siempre alegre y sincera.
Pero la vida y la obra de Teresita han sido tan extraordinarias que sus futuros biógrafos no tendrán que romantizarla. Los hechos hablarán por sí solos e hilvanarán una historia llena de enseñanzas para futuras generaciones de músicos. Cuando esa historia se difunda, el nombre de Teresita Gómez, y todo lo que su vida y obra representan, será el de uno de los personajes más trascendentales y ejemplares de la historia de Colombia. Si esta última afirmación le suena exagerada al lector, lo invito a leer este recuento breve de su vida.
Su historia empieza en 1943, año en que María Cristina González, una madre soltera que acababa de cumplir dieciocho años, dio a luz a una bebé de ascendencia afrocolombiana en el hospital San Vicente de Paúl de Medellín. Se ha dicho que esa bebé fue abandonada en una canasta a la entrada del Palacio de Bellas Artes, pero la verdad es que quedó al cuidado de los médicos del hospital, y a la espera de alguna persona interesada en adoptarla, pues su madre no se sentía en condiciones de criarla.
Poco tiempo después, un señor llamado Valerio Gómez y su esposa, María Teresa Arteaga, recibieron a la bebé en adopción y la bautizaron con el nombre de Teresa Gómez Arteaga.
De estirpe muy humilde, los Gómez Arteaga trabajaban como celadores del Palacio de Bellas Artes de Medellín, lugar donde también tenían su casa. Por eso Teresita recuerda que siendo aún muy pequeña acompañaba a su padre con frencuencia a hacer las rondas nocturnas de vigilancia. Esos recorridos la acercaron al piano de cola: dado que estaba prohibido usar el piano sin permiso de los profesores, ella se sentaba a tocarlo a escondidas, muy tarde en la noche y con su padre como cómplice, para que nadie se diera cuenta de que la niña negrita del celador estaba rompiendo las reglas.
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Teresita Gómez en el auditorio Santa Cecilia en el Instituto de Bellas Artes de Medellín. 17 de febrero de 1966
Foto: Carlos Rodríguez / El Colombiano
Teresita recuerda que la única forma que tenía para aprender a tocar el piano eran las clases y las obras musicales que, casi intrusivamente, escuchaba de los profesores y estudiantes que tocaban el instrumento durante el día. Ella empezó a memorizar esas melodías y a repetirlas, cuando podía, con gran habilidad. Entre más melodías aprendía, más largas se tornaban sus sesiones secretas de práctica musical, cosa que empezó a preocupar a sus padres, quienes temían que los descubrieran y los despidieran.
Una de esas noches, la profesora Marta Agudelo de Maya, quien se había quedado en el instituto por fuera del horario laboral, descubrió in fraganti a la pequeña y la escuchó tocar el piano. Teresita explotó en llanto. Sus padres le pidieron disculpas a la profesora y le dijeron que temían perder su trabajo. Por fortuna, la reacción de Agudelo fue otra, humana y humanista a la vez: se ofreció a darle clases gratuitas a su hija, quien ya había sorprendido a sus padres al declararles, a los tres años, que quería ser pianista.
Pero Teresita era pobre y negra, y ambas cosas hicieron que su proceso de formación fuera más difícil de lo normal.
El primer obstáculo que encontró fue el carácter necesariamente clandestino de las primeras clases que le dio Marta Agudelo, pues relacionarse con una familia de celadores y con una niña negra era una receta perfecta para ganarse un estigma social en la muy conservadora Medellín de entonces.
El segundo, como puede inferirse, fue el entorno musical académico, que se caracterizaba (y aún hoy se caracteriza) por una tradición artística de corte europeo, marcadamente blanca. Por eso Teresita ha dicho muchas veces, con el buen humor que tiene, que su infancia fue la de una “negrita” que se educó en un palacio blanco. Eso la convirtió, al principio, en una “negrita blanqueada”, propensa no a tocar currulaos ni cumbias, sino Bach y Beethoven, dos de los monumentos artísticos de la Europa caucásica.
Poco a poco empezó a expandirse la noticia de que la “hija negrita” del celador de las Bellas Artes estaba aprendiendo a tocar música clásica con una técnica equiparable a la de cualquier estudiante del instituto, cosa que convirtió a Teresita en el centro de comentarios y habladurías. Antes que elogiarla, la gente la criticaba por tocar música que “era incongruente” con su color de piel. Ese tipo de juicios venían de testigos mestizos que decían ser blancos y de testigos afrocolombianos que la consideraban una persona que actuaba en contra de los supuestos principios de su raza.“El racismo al revés”, me dice.
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Teresita Gómez, cerca del año 1970
Foto: Fernando Cruz Archivo fotográfico Biblioteca Pública Piloto, Fondo Documental Otto de Greiff
Hoy Teresita lo recuerda así:“En el ámbito musical realmente no sé cómo hice para sobrevivir, pues había muchísima segregación. La música clásica siempre ha sido para los blancos, y que una negra tocara música clásica era una idea que la sociedad en que crecí no quería aceptar”. A este prejuicio, desde luego, se sumaba otro que ha sobrevivido hasta hoy: el estigma de la profesión del músico, todavía asociado a la vagancia y a los vicios. Por todo esto, Teresita afirma que lo que la ayudó a salir adelante “fue hacer caso omiso de lo que me decía la sociedad”. Y su mejor escudo fue el trabajo. Teresita decidió desde muy temprano en su vida que era mucho mejor “trabajar duro, estudiar mucho y amar con pasión lo que hacía”, en lugar de entrar en confrontaciones verbales con quienes no podían comprender el valor artístico y social de lo que sus estudios musicales representaban en su momento, y siguen representando hoy.
Aún así, las dificultades fueron enormes, pues los prejuicios permeaban incluso su hogar. Teresita no olvida que, para que su familia no cayese en el desprestigio social, su madre negaba abiertamente que su hija fuese negra.“Mi madre siempre juraba que yo era blanca, entonces cuando se me discriminaba en las calles ella salía en mi defensa, pero no en virtud de mi derecho a la igualdad como ser humano, sino en virtud de algo que yo no era”. Muchas veces oyó a su madre decir: “Vos no sos negra, Teresita. Vos no sos negra”.
Otro episodio nefasto fue la negativa del colegio Las Carmelitas, en Medellín, a que se matriculara como estudiante. La razón, su color de piel. Por eso, como ella misma lo ha declarado en varias ocasiones, desde ese momento Teresita rompió con el catolicismo, lo cual la llevó a buscar consuelo espiritual en otros rincones que sí la aceptaban, sin distinciones de piel o de género. Siete décadas después, estos estigmas la siguen acompañando, de manera algo menguada pero real. Por fortuna para ella, desde pequeña aprendió a utilizar esos obstáculos como herramientas para fortalecerse.
La corrupción, olvidan algunos, es, en muchos casos, no una causa, sino una consecuencia de problemas más complejos del Estado, de la falta de capacidades, la ausencia de proyectos y la misma reticencia de personas honestas y conocedoras a hacer parte del sector público. Quienes critican frívolamente a los políticos y sostienen que “todo es corrupción” exacerban el problema. Al fin y al cabo, muchos deciden no tener que enfrentar a esos jueces ávidos de castigo y figuración que pululan en el periodismo y los organismos de control.
Volviendo a su juventud, no es casualidad que antes y después de su adolescencia Teresita encontrara consuelo y amistades en personas de sectores sociales igualmente marginados y discriminados; los mismos que acogían a los pintores, los actores, los poetas nadaístas, los músicos de taberna, las trabajadoras sexuales y un sinnúmero de personajes, pobres en apariencia pero ricos en intelecto, que la marcaron de por vida. Entre ellos, junto a otros bohemios anónimos, se encuentran Bernardo Ángel, Gonzalo Arango, Jaime Tobón, el “Negro Billy” y Eduardo Berrío. Todos han hecho que Teresita le tema a la gente “normal” y sienta una atracción natural hacia “los raros”, los que “no encajaban en ningún lado”. En otras palabras, hacia personas como ella.
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La maestría de Teresita en el uso del tempo siempre ha estado a favor de la expresión, de resaltar el contenido emocional. Esto le ha dado un carácter muy personal a sus interpretaciones.
Foto: Juan Carlos Sierra
Así, de calle en calle, de piano en piano, acompañada de los parias de su época,Teresita se acostumbró a vivir en relativa armonía con la lupa moralizadora de los años cincuenta y sesenta. Eso la alejó de los niños mestizos con complejo de blancos cuyos padres les prohibían jugar con la negrita hija del “celacho”, quien además de ser “compinche de marihuaneros, andaba con las putas del barrio”.
No en vano, una de las figuras musicales que más se interesó en Teresita cuando ella aún era una niña fue el compositor caleño Antonio María Valencia, un hombre desterrado de Bogotá por su homosexualidad, a pesar de ser uno de los músicos académicos mejor preparados de Colombia. Tras escuchar a Teresita, quien a los nueve años interpretó varias obras de piano para él, el maestro Valencia le ofreció un beca para estudiar en el Conservatorio de Cali. Teresita, sin embargo, no la tomó porque en Medellín consiguió suficiente apoyo de la profesora Agudelo para continuar sus estudios.
Para llegar a esta conclusión, De Greiff solo tuvo que observar aquello que durante décadas decenas de músicos y críticos han venido observado en la técnica pianística de Teresita: una soltura extraordinaria en sus dedos fuertes que le permite atacar las notas en una amplia gama de dinámicas, cosa que siempre preserva la riqueza de tono. Se trata de un ataque seguro y bien medido, especialmente en las dinámicas más suaves, que siempre causan problemas incluso a pianistas experimentados.
Además de este uso magistral de la dinámica, también es especial el uso que Teresita le da al tempo, que ella siempre manipula a favor de la expresión. Para toda frase melódica que, a su juicio, merece ser resaltada por su alto contenido emocional, Teresita recurre a rubatos y no teme retardar el tempo para que el público goce, junto a ella, de los fragmentos musicales que representan los compases más importantes de las obras. Aún si este recurso a veces implica alterar lo que está escrito en la partitura, su efecto positivo en la expresión musical es innegable, y su uso, a fin de cuentas, le imprime a la música ese carácter personal de toda interpretación.
Belisario Betancur la nombró agregada cultural en la República Democrática Alemana, y allá Teresita expandió definitivamente sus horizontes artísticos
A partir de su debut en Bogotá, los diplomas, los honores, los premios y las distinciones le llegaron por doquier a la pianista. En 1966, Teresita recibió un pregrado Summa cum laude como pianista de la Universidad de Antioquia bajo la tutela de Harold Martina. En los años siguientes, la pianista ofreció decenas de conciertos en los auditorios más prestigiosos del país y, más tarde en su vida, obtuvo la Cruz de Boyacá y el premio Juan del Corral en categoría Oro, reconocimientos que Teresita ha recibido con aprecio y cariño a pesar de venir de la misma sociedad, y especialmente de la misma clase política, que a lo largo de su vida puso varas inimaginables contra su realización como ser humano y como música.
El lector podría considerar injusta, desagradecida o excesiva esa última afirmación. Pero esas palabras, que son de ella, tienen una profunda justificación, que además sirve para seguir con su historia.
En la década de los ochenta, durante la histeria anticomunista del presidente Turbay Ayala, la pianista fue retenida durante veinte días en una celda de la Cuarta Brigada por supuestamente pertenecer al M-19, sospecha que el gobierno fundó en el hecho de que Teresita acababa de llegar de Cuba. Allí había participado en un intercambio cultural que le dio la oportunidad de tocar junto a Pablo Milanés. Gracias a la intermediación de personas influyentes, Teresita salió de la cárcel.
Quizás por esa experiencia, producto (de nuevo) de los prejuicios sociales, pocos años después Teresita recibió una llamada que ella lee como una suerte de acto de justicia tardío: el presidente Belisario Betancur, en persona, le ofreció ir a la hoy desaparecida República Democrática Alemana como agregada cultural de la embajada de Colombia en Berlín. Ella aceptó con alegría y emprendió ese viaje como una oportunidad para expandir sus horizontes artísticos y personales. De esa manera gracias a quien ella describe sin rodeos como “uno de los únicos presidentes colombianos que le ha parado bolas al arte en Colombia”–, su carrera empezó una nueva y fructífera etapa.
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Teresita siempre ha dicho que el piano no es un instrumento, sino la extensión de sus dedos, pues el instrumento real es ella misma
Durante esos cuatro años, salas de conciertos en Alemania y otros países europeos resonaron con las notas de Bach y Beethoven, y también con las de Luis A. Calvo, Guillermo Uribe Holguín, Adolfo Mejía y Luis Antonio Escobar, compositores colombianos poco conocidos en el mundo que Teresita hasta hoy sigue interpretando y promoviendo. En Alemania, además, la pianista tuvo la oportunidad de fortalecer su formación y sus experiencias como instrumentista. Compartió atriles con leyendas de la música como Barbara Hesse, Jean Pierre Rampal, Paul Tortelier y Ruggiero Ricci, por mencionar solo algunos. En medio de eso, nunca faltó una parada improvisada en algún café o en alguna taberna parisina, lugares donde Teresita (siempre sintiéndose en casa) tocó toda clase de música para desconocidos que le regalaron aplausos, sonrisas y algo de dinero.
Tras terminar su rol de agregada cultural, Teresita volvió a Colombia convertida en la artista de prestigio internacional que es hoy. Pero no perdió la humildad, ni la conciencia plena de lo que había sido su vida y de los prejuicios y las injusticias que todavía debía combatir. Esta lucha contra la discriminación se juntó con experiencias dolorosas que ella, sin embargo, una y otra vez supo canalizar, con carácter de guerrero y espíritu de artista, y sus interpretaciones del piano; todo para darnos a nosotros, su público, que cada vez es más numeroso, un regalo invaluable: música interpretada por manos que lo han vivido todo.
Teresita ha superado múltiples divorcios, la muerte de su padre, la muerte prematura de uno de sus hijos, la intervención quirúrgica que le hicieron en las manos por el síndrome de túnel metacarpiano que la aquejaba en 1995. Esa operación la obligó a mantenerse alejada del piano por tres años. En esa época, como hoy, uno de sus mayores consuelos fueron sus estudiantes, quienes la han mantenido en contacto con el mundo vivo y diverso de la juventud. Y esto es fundamental, pues ella pertenece a ese tipo de personas que, sin importar la edad y la fama que tengan, aprovechan la enseñanza como pocos.
Convencida, en la séptima década de su vida, de que “la música es una sola” y de que, por lo tanto, es absurdo seguir separando la música “clásica” de la “popular”, Teresita siempre les ha insistido a sus estudiantes que no se encierren en los clásicos y que se “abran a tener la experiencia de tocar tango o salsa”. En sus palabras, “la música clásica vino de la música popular; nunca fue al contrario, y por eso siempre les digo a mis estudiantes que toquen todo sin prejuicio”. Ese repertorio incluye compositores colombianos, clásicos y populares, que “tienen que tocarse con el mismo sentimiento, la misma expresión y el mismo rigor técnico” con que se toca a los maestros europeos. Esto trae a la mente la famosa frase de Alban Berg, “Música es música”, con que invitó al joven George Gershwin a que interpretara jazz norteamericano con la misma pasión y seriedad con que los austriacos interpretaban a Schönberg.
“En mi época ser pianista y ser negro era un combinación inaceptable para la sociedad. Hoy cada vez más músicos negros incursionan en la música clásica, lo cual es digno de ser apaludido”
Gracias a esta y otras enseñanzas que abarcan no solo lo musical, Teresita se ha convertido en algo así como una maestra de vida. Hoy su atención es objeto de disputas entre niños, jóvenes, adultos y viejos que sueñan con conocerla y llevarse un trozo de su sabiduría. En virtud de una vida romántica, apasionada y siempre ligada al arte, no solo como entretenimiento sino como forma de vida, a Teresita han acudido muchos estudiantes de música que hoy todavía sufren estigmas que ella tuvo que soportar: “A las familias colombianas todavía les cuesta mucho aceptar la música como profesión. Los padres de familia piensan que la hija o el hijo va a llevar una vida miserable, que va a ser medio arrastrado. La imagen que tienen de la profesión es deplorable. En Europa, en cambio, ser músico abre puertas, y yo lo sentí en Alemania. Estuve incluso en una clínica para operación de garganta, y apenas supieron que era pianista las atenciones se duplicaron. ¡En serio! Eso me hizo descubrir que en Europa, o por lo menos en la Alemania que yo conocí, la carrera musical se respeta mucho”.
Con el peso que carga esa anécdota, Teresita dice estar convencida de que el problema en Colombia es que la música no es vista como una necesidad para construir una sociedad más incluyente y para formar seres humanos sensibles y cultos. Esa “ceguera” ha condenado al país a vivir bajo el espejismo de que el lucro y la acumulación de dinero son el único propósito real de la vida. Para ella, el cambio profundo que el estudio y el culti- vo de la música pueden ejercer en una vida es evidente: le sucedió a ella, y les sucede a sus estudiantes.
“Lo que he vivido en la Universidad de Antioquia es una maravilla. Los jóvenes llegan de una manera y salen de otra porque empiezan a ver la vida de un modo distinto cuando se adentran en la música y se dan cuenta de que en el arte todos somos bienvenidos: negros, blancos, gays, lesbianas”. Por ese motivo, ella insiste una y otra vez en que “la música es vital, es algo que necesitamos los seres humanos, y es algo que produce cambios extraordinarios en nuestras men- tes y en nuestros cuerpos, que no comprendemos bien, pero que al sentirlos nos llenan de vida, paz y mucha felicidad”.
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Foto: Diana Rey Melo
Le pregunto cómo siente hoy la discriminación. En cuanto a la discriminación de género, Teresita considera que ha habido poco progreso y muchos retrocesos, que explica a la luz de lo que fue crecer siendo mujer a mediados del siglo “En mi época ser pianista y ser negro era un combinación inaceptable para la sociedad. Hoy cada vez más músicos negros incursionan en la música clásica, lo cual es digno de ser apaludido” XX: “En mi época, el machismo era más fuerte, pero paradójicamente era menos violento, o por lo menos yo lo sentía así. En mi época la mujer asumía inevitablemente el papel de estar en la casa, de criar a los hijos, de depender del marido y ya, lo cual no era ciertamente ideal, pero estaba, en términos generales, más exento de violencia. La violencia contra la mujer era muy, muy mal vista. Lo que yo siento ahora, en cambio, es un aumento de esa violencia”.
Con respecto al racismo, señala que ha habido avances pero aclara que estos han estado sobre todo concentrados en el mundo del arte, incluso en el mundo de la música clásica.“En mi época –dice– ser pianista y ser negro era una combinación inaceptable para la sociedad, pero hoy veo que hay cada vez más músicos negros que incursionan en la música clásica, lo cual no deja de ser sorprendente, y digno de ser aplaudido”. Aún así, dice ella, hay mucho camino por recorrer, especialmente en lo que concierne a la inclusión social no solo de poblaciones afro, sino de poblaciones LGBTI. Aquellos sectores siempre han tenido que luchar, como ella, contra la marginación.Y en esa lucha, la música y el arte siempre han sido fuertes aliados.
“Lo que he vivido en la Universidad de Antioquia es una maravilla. Los jóvenes llegan de una manera y salen de otra porque empiezan a ver la vida de un modo distinto cuando se adentran en la música y se dan cuenta de que en el arte todos somos bienvenidos: negros, blancos, gays, lesbianas”. Por ese motivo, ella insiste una y otra vez en que “la música es vital, es algo que necesitamos los seres humanos, y es algo que produce cambios extraordinarios en nuestras mentes y en nuestros cuerpos, que no comprendemos bien, pero que al sentirlos nos llenan de vida, paz y mucha felicidad”.
Quizás por eso, Teresita ha dicho en repetidas ocasiones que el piano para ella no es un instrumento, sino la extensión de sus dedos, pues el instrumento real, aquel que produce música y sentimientos, es ella misma. Testigos de esta afirmación son todos quienes hemos tenido la fortuna de ver, y no solo escuchar, a Teresita tocar el piano. Para ella la técnica no es un fin sino un medio para expresar sus emociones y las de los compositores que interpreta. Eso convierte sus interpretaciones en un drama legítimo, nunca actuado, siempre real. Es un drama en que todo su público –y especialmente aquel que encuentra, como ella, consuelo imperdurable en el arte– se siente y se sentirá siempre incluido.
Por Paulo Andrés Sánchez Gil
Gerente Teatro Colsubsidio
Mirar atrás, luego adelante, y proponer un punto de inflexión, y una mirada con sosiego pero con ilusión sobre esta marca registrada, nos condujo a la reflexión sobre la utilidad de la Serie Internacional de Grandes Pianistas en el panorama cultural de un país que sugiere una apuesta naranja, pero que con frecuencia omite la transitoriedad de lo que se exporta como “talento nacional”.
Por eso la Serie Internacional de Grandes Pianistas 2019 se celebrará en homenaje a la maestra Teresita Gómez, desde cuya imagen y genio queremos construir una historia, a través del piano y las figuras recurrentes en su alma.
De ahí también que al homenaje venga, con un recital seguramente inolvidable, una de las figuras más importantes de la pianística mundial: María Joao Pires. Esta portuguesa anunció su retiro hace un par de años, pero nunca dijo que dejaría el piano, y así decidió asomarse de nuevo, efímera y generosamente, para poner broche de oro a su inmensa trayectoria y entregar un exclusivo regalo a los colombianos en el escenario del TEATRO COLSUBSIDIO. Otro ídolo y autor intelectual de sueños profesionales y académicos de la gran Teresa es Sergio Tiempo, quien se hará presente para arroparla y homenajearla, además de dejar su impronta de prodigio. José Luis Correa completa con grandeza la lujosa nómina del mayor homenaje en vida a la maestra Teresita: es su pupilo, el pianista por el que mete las manos, no al piano sino al fuego; el que ella sabe que pronto va a consagrarse como ella, porque lleva mucho de su legado.
Doce ediciones no son poco. Permiten decirle al público que el TEATRO COLSUBSIDIO ha querido y seguirá queriendo que esta Serie habite aquí para siempre, que aunque la ciudad tiene muy buenos pianos y muy buenos curadores para hacer que suenen en las mejores manos, es en este Teatro en donde convergieron hace doce años la magia y el respaldo de una casa como Colsubsidio para darle paso a la única serie recurrente con esa longevidad en Colombia.
Larga vida a la Serie, y que viva muchos años más Teresita Gómez, por quien tantas manos iluminadas sonarán por estos lares.
Correa es uno de los jóvenes más talentos de la música colombiana en la actualidad. Se formó con la pianista Teresita Gómez en la Universidad de Antioquia y ha consolidado una exitosa carrera en poco tiempo. En 2010, un año antes de graduarse como pianista, se presentó en eventos de la talla del Festival Internacional de Música Clásica de Cartagena de Indias. Se ha enfocado en interpretar el repertorio de compositores como Sergei Rachmaninov, Moritz Moszkowski, Richard Strauss y Johannes Brahms, con lo cual se ha abierto espacios en festivales y certámenes a nivel nacional e internacional. Sus maestros han sido el organista estadounidense Larry Palmer y el concertista español Joaquín Achucarro, entre otros. Hoy forma parte de la Escuela Superior de Música de Medellín, donde se desempeña como docente.
La vida de este venezolano ha estado profundamente ligada a Argentina y Europa, donde ha vivido la mayor parte de su vida. Su madre, la pianista Lyl de Raco, descubrió el talento de su hijo a muy temprana edad y se encargó de formarlo técnicamente y de impulsar su pasión por la música. Con catorce años, tuvo su debut en la prestigiosa sala Concertgebouw de Ámsterdam, y desde entonces se ha destacado por sus interpretaciones de Alberto Ginastera, Heitor VillaLobos, Frédéric Chopin, Modest Mussorgsky, Maurice Ravel y Johannes Brahms.A lo largo de su carrera ha trabajado con figuras mundialmente reconocidas como los pianistas Dmitri Bashkirov y Fou Tsong, el barítono Dietrich Fischer-Dieskau y el director Gustavo Dudamel. También ha tocado con orquestas del circuito global como la Sinfónica de Buenos Aires, la Sinfónica de San Petersburgo, de Phoenix, la BBC Symphony y la Filarmónica de Radio France.
Con un sólido repertorio que incluye reconocidas interpretaciones de Beethoven, Mozart y Chopin, la portuguesa Maria João Pires es una de las pianistas de mayor prestigio en el mundo. Su carrera de medio siglo tuvo un primer momento de gloria cuando en 1970, con 26 años, ofreció en Bélgica un concierto con que ganó el concurso de la Unión Europea de Radiodifusión, que ese año celebraba el bicentenario de Beethoven. En 1998, la obra de Pires fue incluida en la selección de los Cien grandes pianistas del siglo XX del sello Phillips.
Pires ha participado en proyectos tanto de música de cámara como de orquesta, y en todos ha demostrado refinamiento e intensidad. Ha compartido escenario con la Orquesta Nacional de Francia, la Orquesta de Cámara de Zúrich, la Orquesta Filarmónica de Londres, la Orquesta de Cámara de Europa, la Filarmónica de Berlín, la Sinfónica de Boston y la Orquesta Sinfónica de Viena, por solo mencionar algunas. También ha sido protagonista de presentaciones en lugares icónicos de la música como el Palau de la Música Catalana, el Queen Elizabeth Hall de Londres, la Ópera de París y el Teatro alla Scala de Milán. Desde hace algunos años, Pires viene anunciando su retiro, pero lo ha aplazado una y otra vez por el público. Su presentación el próximo 5 de octubre será la primera en Colombia.